martes, 31 de marzo de 2015

Todos los caminos conducen a Nogales.

Guadalajara es una de las ciudades más bellas y gozosas de México. Habitantes y visitantes la disfrutamos en serio. Tiene una gran historia, tradiciones de exportación, arte y artistas célebres, añeja arquitectura, jardines, fuentes,, muchachas guapas por todos lados, -es decir, guapas por arriba y por abajo, por lo anterior y por lo posterior; además la ciudad tiene gastronomía inimitable, como la carne en su jugo y las tortas ahogadas hechas con birote salado. Suculencias tapatías.

Tiene paseos, avenidas, calzadas, vericuetos y laberintos que hacen reflexionar que las calles de ciudades antiguas como ésta, fundada en 1542, se abrían paso siguiendo la ruta que le imponían su necesidad y capricho, acorde a su época.

Lo curioso es que aún en estos tiempos modernos -concepto que paradójicamente cada vez suena más anticuado-, Guadalajara, con todo y su innegable relevancia mundial como una gran capital, y a pesar de haber más de 1 millón de automóviles circulando diariamente en la zona metropolitana, se mantenga, en lo que respecta al tráfico y al diseño de vialidad, en el Cretácico Inferior.

Pareciera que en el Valle de Atemajac no se propagó con suficiencia el gen de la intuición para planear las vialidades que nos lleven a donde queremos ir y no a donde los ingenieros encargados de los servicios de vialidad creen que todos queremos ir. Los que sí tenemos que hacer gala de intuición somos los que navegamos por estas calles.

Me explico. Quienes vivimos en Guadalajara y que usamos un auto para transportarnos, tenemos que familiarizarnos a golpe de volante con las rutas que nos conducen a tal o cual lugar, conocer los sentidos y contrasentidos de las calles, saber cuáles son las vías rápidas que en ciertos momentos del día son las más lentas, así como bregar con la falta de señalamientos adecuados. Es decir, para transitar con cierto tino por las calles de esta ciudad sin perderse o encontrarse que de pronto la calle cambió de sentido, tomar la salida equivocada o no haberla tomado porque no había un señalamiento mínimo indispensable… hay que ser tapatío. Y no sólo eso, sino un tapatío valiente y con muchas horas de vuelo.

Desde que vivo aquí, hace ya muchos años, siempre ha zumbado en mi curiosidad la pregunta ¿Por qué será que en esta ciudad todos los caminos van a Nogales y a Saltillo?

Ésta última se encuentra en números redondos a 700 kilómetros de distancia y, dicho sin desdoro de la capital coahuilense, creo que entre Guadalajara y Saltillo hay sitios a los que, por su cercanía o su importancia  turística, valdría la pena darles prioridad en las señales de tráfico que las autoridades de vialidad colocan para orientación del respetable -algunas veces, por cierto, al alcance de las ramas de un frondoso árbol que dificulta la lectura, añadiéndole emoción al paseo y adrenalina al paseante-. 

Sólo por citar algunos de estos puntos intermedios entre Guadalajara y Saltillo, mencionemos a Tepatitlán, San Juan de los Lagos, Aguascalientes y Zacatecas. 

Y qué decir de Nogales, la ciudad fronteriza del estado de Sonora. De ella nos separa la friolera de 1650 kilómetros por autopista. ¿A cuánta gente que pretende salir de Guadalajara o pasa por aquí le importará saber dónde se encuentra la ruta a Nogales? No sé qué piensen ustedes pero creo que es de mayor utilidad informarles dónde está la salida al Pueblo Mágico de Tequila, a Tepic, a Puerto Vallarta o a Mazatlán. ¿Pero Nogales?

Concordemos en que Nogales representa el punto extremo de esa autopista y nos da un norte -en este caso, literalmente- del rumbo a seguir; pero si a esas vamos, la Salida a Nogales, como se le conoce coloquialmente a ese escape de la ciudad, podría ser denominada la Salida a Nueva York o la Autopista a Alaska, lo cual nos haría ver más cosmopolitas y globalizadores.

De acuerdo, estas carreteras en su momento fueron llamadas así porque el proyecto de ingeniería comprendía esos extremos: es decir, la obra empezaba en Guadalajara y terminaba en Saltillo, lo mismo para el caso de la Guadalajara-Nogales. Una razón estrictamente técnica. Pero, sin duda, con el gentil propósito de darles una orientación útil a los viajeros, hubiera sido un bonito gesto de parte de las autoridades emplear otra nomenclatura, más amigable y eficaz. Además, dicho sea de paso, yo he estado muchas veces en Nogales y, que yo recuerde, no hay un letrero que diga Salida a Guadalajara. O todos parejos o todos chipotudos.

Hay más: señales que indican el camino hacia el aeropuerto o hacia el centro de la ciudad y que de pronto dejan de aparecer en la ruta dejándonos en la indefensión, líneas blancas sobre las calles que no se alcanzan a percibir ni a plena luz del día porque parece que fueron pintadas con crayones o pinturas de agua, salidas de vías rápidas a otras avenidas importantes que no son anunciadas ni a tiempo ni nunca, puentes que no te atreves a tomar porque ignoras a dónde te conducen, semáforos de anticipación que nadie sabe para qué sirven, avenidas de 3 carriles que sin previo aviso se achican a uno solo y te obligan a cerrar filas para permitir que otros se incorporen sin piedad a la avenida, so pena de entrar en un pantano de bollas o de chocar con el auto que viene a usurpar el que hace 3 segundos era tu carril. Sálvese quien pueda.

El balizamiento de las ciudades debería estar hecho por profesionales con alguna especialidad en el tema. O, por lo menos, estar a cargo de gente con nata sensibilidad para determinar qué información necesita y espera recibir anticipadamente un conductor que transita por las vialidades.

Los tapatíos lo agradeceríamos. Y los turistas no se diga.

Fin del berrinche. Ahora me voy a disfrutar Guadalajara que, como dije al principio, para mí es bella y gozosa.


Artículo publicado en ProyectoDiez.mx el 30 de marzo de 2015

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