miércoles, 27 de julio de 2011

Amy Winehouse y el macabro Club de Los 27

El sábado 23 de julio pasado nos despertamos con la triste noticia de que la brillante compositora y cantante Amy Winehouse había sido encontrada sin vida en su departamento en Londres.
Triste por donde se le vea. La juventud  que se trunca por la muerte acaba por ponerle un extra de limón  al ya de por sí amargo trance por el que pasan los que se quedan en este mundo y que tienen algo que extrañar del difunto en cuestión. La familia en primer lugar, por supuesto. Pero el mal trago adquiere dimensiones virales cuando, como en este caso, los deudos del occiso no son solamente sus parientes y amigos cercanos sino que es un gremio bastante más extenso y amorfo. Podríamos decir que los deudos somos todos. Al menos todos los que admiramos el trabajo musical de esta artista -proclive al alcohol y enervantes varios- en cuyo apellido llevaba su karma. 
Hubo quien predijo con mucha anticipación que su muerte llegaría muy formal a la cita de los 27 años, ese compromiso que la huesuda hace con algunos elegidos que cumplen cabalmente con el perfil de Winehouse y que juntos conforman el siniestro Club de los 27.
En los 60´s y 70´s el reinado del LSD, la mariguana y la heroína en la frenética vida cotidiana de las estrellas de la música, en combinación con el alcohol que algunos de estos personajes consumían como agua de uso, cobró algunas facturas con ISR, IVA y IETU incluidos.
Ya sé que se ha hablado sobradamente del tema pero con el cinismo de quien tiene un blog y en él pone lo que se le da la gana, recordaré de pasadita a los más célebres miembros del Club de los 27. ¿Debo repetir que todos los afiliados a este club murieron a la edad de 27? Creo que no.
BRIAN JONES, guitarrista de The Rolling Stones, fue encontrado muerto en su piscina el 3 de julio de 1969. Aunque la causa de su muerte está referida simplemente como ahogamiento, los entendidos no se ponen de acuerdo en qué produjo éste: una sobredosis, un ataque de asma o hasta un asesinato. Lo cierto es que las drogas ya habían dejado huellas profundas en la vida de Brian Jones.






JIMI HENDRIX, uno de los guitarristas más influyentes de su tiempo, se ahogó en su propio vómito mientras dormía después de haber consumido alcohol y somníferos -ambos en cantidades no aptas para amateurs- el 18 de septiembre de 1970.
JANIS JOPLIN, cantante excepcional, grababa su histórico disco Pearl y aquel 4 de octubre de 1970 decidió salir a relajarse después de un largo día de trabajo en el estudio. Se amenizó la noche con alcohol y heroína, algo en lo que ya tenía alguna experiencia, pero ese día estaba sola y no hubo quien le diera ayuda alguna. La combinación fue mortal.






JIM MORRISON, cantante, compositor y figura central de The Doors, murió, al igual que Brian Jones, un 3 de julio pero de 1971. Se le encontró en la bañera de su departamento en París. Como suele pasar con estos personajes enigmáticos, las causas de su muerte siempre parecen turbias, aunque no lo sean. Sin haberle practicado la autopsia, la causa oficial es un paro cardíaco. Otra vez, ¿sobredosis?, ¿suicidio?, ¿homicidio?, sepa la bola.
KURT KOBAIN, se dio un tiro en la cabeza y fue descubierto su cuerpo sin vida el 8 de abril de 1994 en su casa en Seattle. Sus adicciones y estados depresivos eran más duros que el rock de su banda Nirvana, de la que era guitarrista y cantante. 

No crean ustedes que la lista de músicos del Club de los 27 termina ahí. Son muchos más, aunque menos célebres.
Y para terminar, un bonito mensaje para todos los mexicanos: en estos tiempos difíciles en  que el ánimo nacional no está precisamente rebosante de algarabía y que nos hacen falta razones para sentirnos orgullosos, no es en mala onda pero vale la pena recordar que nuestro país -a pesar de sus demonios internos, o mejor dicho, gracias a ellos- logró colar a esta selecta élite a un ilustre integrante: VALENTÍN ELIZALDE, a quien el crimen organizado asesinó el 25 de noviembre del 2006 a la edad de 27.
Con el debido respeto para la memoria de El Gallo Elizalde, pero hay de clásicos a clásicos. Ni modo.



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