viernes, 1 de diciembre de 2017

¡A la madre!

No por ser ampliamente conocido deja de llamar la atención el hecho de que en México le demos tantos usos a la palabra madre. Podemos entenderlo si pensamos que el idioma castellano es el segundo más hablado del mundo, después del chino mandarín, y que México aporta el mayor número de hispanohablantes a la estadística, seguido de Estados Unidos, donde también viven millones de mexicanos de segunda y tercera generación. Y también de segunda y tercera clase, para el regocijo del sr. Trump. 

La cifra de hablantes mexicanos nos convierte en un país que ha incorporado a la jerga cotidiana una barbaridad de términos, y esto aunado a la veneración que por tradición y religión le dispensamos a la madre, a quien consideramos tan sagrada como la Virgen de Guadalupe o Las Chivas Rayadas, hemos incorporado a nuestro vocabulario, a propósito del término en cuestión, un madral de palabras. 

Ya está aquí el Día de las Madres, y la ocasión, más que propicia, es obligada para reflexionar un poco sobre las mamás que engalanan nuestro entorno. Hay quienes tienen la fortuna de contar con su mamá vivita y coleando, y otros, como yo, dedicamos la fecha para homenajear a la madre de nuestros hijos y  de paso a la mamá de la mamá de nuestros hijos y a las hermanas de la mamá de nuestros hijos, que también son madres, y a quién se deje. Pero hay muchas personas que no tienen ni una ni las otras. Dicho de otra manera, viven en el desmadre.

A ellos les digo que si voltean a su alrededor, siempre habrá alguna mamá a quién dedicarle un pensamiento, una llamada o, por lo menos, un Whatsapp. Motivos sobran para festejar a madres. 

Otra forma de recordar a las mamás -aunque sean ajenas- es ver el precio del perfume fino que le queremos regalar y en ese momento tengan por seguro que nos acordaremos de la madre del que lo vende. 

Y es que durante este mes, vaya a donde usted vaya, cuando ve en los aparadores o en los estantes un prendedor, un vestido, una bolsa, y mira el precio, ¿en qué piensa? ¡En la madre! por supuesto, ¿en quién más? 

Porque ser madre en la actualidad no solo cuesta dolor y cansancio, también cuesta dinero. Ginecólogos, ultrasonidos, cursos psicoprofilácticos -trabalenguas encaminado a la preparación de la mujer para un parto programado, natural y gratificante que muchas veces acaba en una cesárea urgente y absolutamente non grata-, y, desde luego, el sanatorio con todo incluido. Qué dicha la de la primeriza que entra un día al hospital hecha una aspirante y al día siguiente sale hecha la madre, ésa madre que soñó ser. 

Mayo es un mes que desde que inicia ya huele a madres, y no solo huele, también sabe a madres, porque todo lo que entra por nuestros sentidos nos evoca a esas heroínas que a cada uno de nosotros nos trajeron a la vida y nos dieron cobijo en su vientre. Por todos lados vemos y escuchamos anuncios de almacenes y restaurantes con gangas, ahorros y promociones pensadas para hacer del 10 de mayo un agasajo a toda madre, sin excepción. 

Y es que ellas lo merecen todo. No es cosa fácil traer por nueve meses en el cuerpo a un inquilino chupasangre que todo lo que sabe hacer es alimentarse de su mamá. Qué poca madre, en verdad lo digo, qué poca madre se ha arrepentido de haber albergado en su seno a ese hijo que luego, al crecer, se convirtió en un hombre de bien. 

Es admirable cómo, llueva, truene, relampaguee, tiemble o haya contingencia ambiental, está siempre lista para partirse la madre en dos, porque ella sabe que solo así podrá darse abasto y cumplir con sus responsabilidades. (Creo que este último estuvo un poco forzado pero se entendió, ¿no?). 

En fin, hay gente que no tiene madre pero es innegable que algún día la tuvo, porque es ley natural de vida. Así que esta fecha, más allá de ser un motivo para vender, comprar y regalar, es una extraordinaria oportunidad para reflexionar sobre el prodigioso fenómeno de la maternidad y expresar, de la manera que cada uno elija en concordancia con sus apegos y posibilidades, la gratitud suprema que solo puede despertar el ser que nos dio el privilegio de vivir. 

Y ya me voy porque ya me puse sensible y no quiero que me vean llorar. Ni madres. Ni nadie.   

Juan Miguel Portillo
Twitter: @jmportillo

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