viernes, 1 de diciembre de 2017

El "Yamikemi", un remedio contra el estrés

SIEMPRE lo he dicho, lo mío, lo mío, es el estrés, esa entidad inasible que, a decir de los médicos que no encuentran una mejor y más científica razón, es la culpable de todos mis males. Los que me conocen concuerdan en que soy un hombre de principios: principios de úlcera y enfermedad coronaria producto del estrés. 

Para atenuar la tensión nerviosa me doy mis mañas, como escuchar música relajante mientras trabajo o voy manejando, defender a capa y espada la oportunidad de dormir una siesta, por un tiempo traje conmigo una pelotita de goma que apretujaba con las manos para evitar llegar al punto de jalarme los cabellos -que a partir de cierta edad más vale empezar a atesorar uno a uno-. He empleado también algunos métodos más orgánicos: en esos momentos en que preciso relajamiento, confieso que he recurrido a los encantos y poderes de mis íntimas amigas Ignacia y Melisa, quienes por cierto gozan de buena fama en el mercado de San Juan de Dios, y que junto con Valeriana y Pasiflora me han brindado sus artes hechiceras, pero a veces ni el trabajo de todas juntas ha sido suficiente. Estas hierbas, dicen los que saben, tienen efectos probados sobre el sistema nervioso, pero mi sistema es tan nervioso que resulta un paciente muy difícil de tratar. 

Tampoco el yoga y la meditación han logrado regresarme a un estado de equilibrio. Claro, aceptando que sería mucho mejor que los practicara. 

Lo que sí he usado eficazmente en repetidas veces es una técnica que aprendí de mi madre. Se llama Yamikemi, que aunque suene muy oriental es solamente una contracción de la frase “Y a mí qué me importa” que mi mamá solía proferir como una suerte de conjuro contra el agobio y la imposibilidad de modificar el estado de las cosas que le provocaban angustia. Así, si alguna discusión de poca monta en la que participaba se complicaba al grado de empezar a alterar su buen ánimo, tomaba la salida de emergencia con la práctica del Yamikemi. Finalmente qué tópico, problema o diferencia de opinión podía ser más valioso que su paz espiritual. 

El Yamikemi es una buena alternativa en una gran cantidad de situaciones. Mi mamá me la inculcó desde la infancia. La mía, desde luego. Cuando era niño y algo me preocupaba o entristecía hasta el llanto, ella me consolaba diciéndome que todos los problemas habidos y por haber podían solucionarse, menos uno: la muerte. Esa afirmación, que a mí me sonaba brillante y lapidaria (si hablamos de muerte, lo de lapidario queda muy bien), me hizo tal efecto que hasta la fecha, ya muy lejos de mi niñez, sigue sonando en mi cabecita loca. A mis hijos, que no elaboran quesos de mala calidad en materia de agobios -dignos hijos de su padre-, les repito esa máxima materna.

Por otra parte, cuando la dificultad parecía no tener solución, decía mi mamá, “si no tiene solución, no es un problema”, entonces, si no había problema, el asunto era caso cerrado y a otra cosa. Una vez más, lo que correspondía era usar la receta: Yamikemi. 

Hablando en plata, esta filosofía no es otra cosa que desarrollar la habilidad de hacernos los occisos ante algunos conflictos de la vida cotidiana -a los cuales les concedemos importancia sin merecerla- con el fin supremo de salvaguardar nuestra salud emocional y la de nuestros prójimos, próximos y anexos. Por lo tanto el Yamikemi no es una técnica que funcione para todo, porque conlleva una buena dosis de displicencia, evasión y soslayo. Hay circunstancias de las que uno no puede fugarse así nomás; cabría primero poner un poco de orden antes de salir corriendo. De cualquier manera, estoy convencido que el Yamikemi es un buen aliado contra el cochino estrés. 

Llegado el caso, también puede recurrirse a una variante que funciona muy bien en situaciones más perturbadoras: el Yamikeka, contracción de “Y a mí qué carajos” (aplicable a “me importa”, “me dicen”, “me preguntan”, “me joroban”, “me vienen con chismes”, y un etcétera totalmente al gusto). 

Y finalmente un método más extremo aún, el Yamikeching, donde el sufijo “ching” es eso que están pensando.

1 comentario:

  1. Muy buen relato JM. Nos parecemos un poquito pues yo suelo aplicar algo así cuando se ríen de cosas o sucesos que a mí no me provocan ni risa ni sonrisa: el "chapincherri" ,que clara y lógicamente intenta abreviar la frase burlona..." mucha pinche risa". Salud2

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