jueves, 30 de noviembre de 2017

¿Cómo dices que te llamas?

La vida nos obliga a tomar decisiones bien pensadas. Elegir una carrera o a la persona con la que te vas a casar son, sin duda, decisiones que habría que someter al concilio de todas nuestras capacidades cerebrales, pero regularmente esas determinaciones nos agarran inexpertos o con más hormonas que neuronas. Hay una decisión que es virtualmente irreversible y no tiene que ver con nuestro futuro sino con el de los hijos: los nombres que les ponemos.

Hay muchas motivaciones para elegir un nombre, pero, sólo por decir algo, distinguiré algunas clasificaciones.

Nombres tributo
Son los que les endilgamos a nuestros hijos para homenajear a la ascendencia familiar. En un derroche de ingenio acostumbramos ponerles los nombres de nosotros, los padres, sin importar las confusiones que se provoquen en casa al tener nombres feos y por duplicado. En algunas familias, que el abuelo se llamara Randulfo o Mamerto puede ser razón suficiente para arruinarle la existencia al nene. Y qué decir de los tíos Eustaquio y Falopio, o la abuela Eduarda que Dios tenga en su seno. También se suele homenajear a admiradas figuras públicas. Sé de un caso en que a los dos hijos, al varoncito y a su hermanita, los bautizaron con nombres homenaje a célebre futbolista: Diego el niño y Mara Dona la niña.

Nombres de moda
Cada generación se distingue por sus gustos cambiantes. En nuestros ancestros encontraremos nombres en desuso como Remedios, Eduwiges, Buenaventura, Hermenegildo, Fortunato, Margarito y tantos otros que antaño eran la cosa más normal y que hoy suenan a personajes de película de Joaquín Pardavé. Actualmente están de moda nombres recios como Emiliano, Ximena, Maximiliano y Valentina. También vemos carretadas de niños y jóvenes con nombres de prosapia ibérica como Rodrigo, Diego y Santiago.

Nombres de pila  No me refiero a la pila bautismal sino a la pila de nombres que un cristiano puede cargar sobre sus hombros. Hay gente que tiene un verdadero catálogo en su acta de nacimiento, y todo porque sus indecisos padres no se pusieron de acuerdo. Recordemos a Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, que terminó firmando como Juan Rulfo, o Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, a quien en su infancia le daba por hacer grafiti en casa, y quien era mejor conocido en la cuadra como Diego Rivera.

Nombres aspiracionales  Jocelyn, Jennifer, Christopher, Brayan, Beverly, Jonathan,y así, mientras más “haches” y “yes” pongamos en medio, mejor. El apellido no importa, puede ser López, García o Martínez, y mucho menos es relevante si el mentado Brayan no tiene pinta de europeo, sino, por el contrario, es un morenazo con un cepillo de púas por cabellera.

Nombres nomás por joder
Aniv de la Rev, Disney Landia, Robocop, Hitler, Cafiaspirina, Batman, One Dollar, Cicuncisión, Masiosare, Brhadaranyakipanishadvivekachuda, y otras monadas se pueden encontrar en el Registro Civil de nuestro país. ¡Castigo para esos padres!

Estoy consciente que con estas reflexiones me llevé al baile a más de una docena de familiares y amigos. Que nadie se ofenda, lo digo yo que en esa materia tengo mis filias y mis fobias. Llamarse Juan Miguel puede parecer inocuo pero no lo es tanto. Infinidad de veces, al decir mi nombre de primera vez, basta un pestañeo para que ¡pum! el interlocutor me lo cambie a Juan Manuel.

Papás, cuando piensen en un nombre para su hijo tomen en consideración por lo menos dos cosas: que no provoque risa ni lástima y, algo muy importante, que quepa en un cheque y en una credencial del INE.

Juan Miguel Portillo.
Twitter: @jmportillo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un comentario siempre se agradece:

Si aún no lo has hecho y no tienes inconveniente, suscríbete al blog. Mil gracias.