Al iniciar los setentas la televisión masiva mexicana era una y se llamaba Telesistema Mexicano, más tarde Televisa, con sus canales 2 y 5 a todo color y en cadena nacional. Los que vivíamos en ciudades más bien medianas o pequeñas, Hermosillo en mi caso, donde la televisora local era un insípido y chafa complemento regional de la implacable señal que nos venía de la capital del país, no teníamos alternativa suficiente y nuestro destino era soplarnos, con gusto o no, todo lo que la televisión chilanga (dicho con cariñito) nos metía por los ojos y los oídos. Con nostalgia podemos recordar las telenovelas lacrimógenas, las tardes con el Tío Gamboín acompañado de Pancholín y Salchichita, los domingos setenteros que no se pueden concebir sin Raúl Velasco, el programa de concursos Sube Pelayo Sube, La Cosquilla con Raúl Astor y un elenco fantástico (Héctor Suárez, Héctor Bonilla, Raquel Olmedo, Nacho Méndez, entre otros), La Criada Bien Criada con Maria Victoria, el noticiero de Jacobo Zabludovsky y un interminable etcétera. En esa masacre televisiva destacaba Chespirito.
La muerte de Roberto Gómez Bolaños ha despertado a Tirios y Troyanos. Se han puesto a peso las controversias y pasiones en torno a su obra y a sus personajes, se cuestiona si son buenos, apropiados para los niños, si el balance en la generación que nos tocó vivirlo en su momento es positivo o nefasto, si al final fue un producto más de la tele comercial, en fin, parece que es el momento de hablar de Chespirito, y como me gusta vivir el momento y tengo alma de borrego, no me quiero quedar atrás.
Reconozco que siempre me ha sorprendido la capacidad que tenía de escribir dos programas a la semana, con historias diferentes, con una carga suficiente de diálogos ingeniosos, esgrimiendo memorables juegos de palabras, muchos de ellos recurrentes hasta el cansancio, es verdad, pero ése era el camino para conseguir que los televidentes acabáramos repitiendo sin darnos cuenta frases como “que no panda el cúnico”, “Síganme los buenos” o “eso, eso,eso”. Recuerdo que allá por los años noventas, mi papá, que acumulaba ya sesenta y tantos y sufría en el cuerpo y en el alma las complicaciones de una diabetes perniciosa, cuando se sentía mal repentinamente, decía que le estaba dando la chiripiorca.
En el caso de el programa El Chavo, escribir historias que están circunscritas al patio de una vecindad no es cosa fácil. Todo tiene que pasar en ese lugar, con un limitado número de recursos: la cubeta, la fuente, la escoba, la pelota, el tendedero. Si bien con el tiempo se fueron añadiendo escenarios como el patio de al lado, el interior de las casas de los personajes o la calle que estaba afuera de la vecindad, el capital de trabajo principal eran los personajes y sus diálogos.
Por su parte, el Chapulín Colorado requería de una producción más elaborada. A veces la historia se desarrollaba en el Viejo Oeste o en algún país europeo de algún siglo pasado, y eso requería otro tipo de escenografía y vestuarios de época. Los efectos especiales estaban en pañales y tuvo que hacer escenas con la burda tecnología que tenía a su alcance para superponer imágenes, hacerse invisible o reducirse de tamaño, previa ingesta de una pastilla de Chiquitolina. A propósito, no debe ser nada sencillo que tus colaboradores te tomen en serio como director cuando les das órdenes mientras traes puestos unos pantalones cortos de color rojo con mallitas, unos tenis amarillos y un gorro con antenas. A menos que seas el Chapulín Colorado, claro.
Con los años, los contenidos mediáticos han cambiado. Lo políticamente correcto se puso de moda, y si lo vemos fríamente, en la actualidad un programa como El Chavo no saldría bien librado en materia de bullying. El Señor Barriga, que en el nombre llevaba el karma, era blanco de cualquier cantidad de burlas y alusiones a su peso corporal de talla extra, por otro lado Quico era el cachetes de marrana flaca, según palabras del propio Chavo, Don Ramón tenía patas de chichicuilote, Doña Florinda era la vieja chancluda y además tenía la cara de vela derretida, y si le buscamos podríamos seguir con los bonitos apodos. El mismo Chespirito nombró a uno de los personajes que interpretaba Chaparrón Bonaparte, en referencia a su estatura.
Si hablamos de violencia, no hay forma de ayudarle. Los personajes de Chespirito usaban el coscorrón y la cachetada como instrumento de comunicación. Para qué discutir lo que se podía arreglar a fregadazos. Doña Florinda a Don Ramón, Don Ramón al Chavo, El Chavo a Quico, El Botija a El Chómpiras, y así. Pero antes de correr en pos de estos personajes para llevarlos ante la justicia y pedir su decapitación, echemos un somero vistazo a dibujos animados como Tom y Jerry, El Correcaminos o Silvestre y Piolín. Estas caricaturas tenían como eje central la persecución del aparentemente débil por un personaje tan siniestro como estúpido que siempre terminaba siendo la víctima de sus propias maquinaciones y celadas. Para lograr los efectos humorísticos, los productores no escatimaban en golpes estruendosos, escopetazos y toda suerte de porrazos, patadas, guamazos y mordidas. Y nadie se tiraba al piso elevando la voz al creador ante tantas atrocidades cometidas contra la niñez. Los mocosos consumíamos eso porque era lo que había. Era el humor de la época. Sucedía lo mismo en las series japonesas que en las comedias rancheras mexicanas llenas de balazos, en los filmes de Tin-Tan y en los de Cantinflas. Bueno, hasta Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri, agarra a moquetazos al niño llorón en su canción La Merienda. Ésas eran las reglas del juego.
Podríamos hacer un profundo análisis discursivo de la obra de Chespirito, pero qué flojera. Además ya se me olvidó cómo se hacen esas cosas. Hace ya mucho tiempo que salí de la carrera de Ciencias de la Comunicación de mi querido ITESO.
No sé si Chespirito era el escritor, guionista y comediante que México necesitaba, no sé si detrás del artista había un hombre ambicioso y calculador, no sabré si ver sus programas me causó algún daño cerebral. De lo que sí estoy seguro es que era un tipo con talentos fuera de lo común, y para colmo tuvo a sus pies a la televisora más grande de América Latina por 25 años. Y vaya que lo aprovechó. No contaban con su astucia.
Chespirito fue un hombre de su tiempo. Veámoslo así.
Excelente ensayo, es el tipo de televisión con la que crecimos y no tenemos daño cerebral aparente. Afortunadamente después uno se vuelve más selectivo de lo que consumes, pero es innegable que pasamos tardes memorables riendo a carcajadas con algunos de sus personajes.
ResponderEliminarMuchas gracias. Coincido contigo, yo también disfruté y admiré mucho el trabajo de Chespirito, y aquí ando como si nada.
EliminarAcertadas palabras saludos Juan
ResponderEliminarExcelente, mejor descrito no pudo ser, descanse en paz.
ResponderEliminarMuy agradecido Trigiovisión.
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