A raíz de la avalancha de reminiscencias y homenajes que se suscitaron en torno al aniversario 30 de la película Volver al Futuro, una de mis favoritas entre todas las que estos ojos con presbicia hayan visto, un par de ideas relacionadas con el tiempo despertaron de la modorra y regresaron para provocarme una curiosa picazón.
Una de ellas es la hipótesis de que el tiempo es una dimensión por la que podemos transportarnos, ya sea en una máquina, un auto o usando como túnel uno de esos atajos cósmicos que los astrofísicos llaman agujeros de gusano. Sea como sea, la idea de viajar por el tiempo siempre me fascinó. Si pudiera, una de las cosas que haría sería trasladarme a Un Millón de Años A.C. Pero no vayan ustedes a creer que al período Cuaternario, sino al mismísimo set donde en 1966 se filmó la película que lleva ese nombre, solo con la malsana intención de conocer en persona a Raquel Welch y verla en su bikini de piel de bisonte o dios sabe de qué dichoso animal cuyo sacrificio bien valió la pena si sus pieles terminaron cubriendo esas partes anatómicas de tan morrocotuda mujer. Que me disculpen los defensores de los animales pero en aquellos tiempos -los de Raquel Welch y no se diga los de la prehistoria- no había tantos resquemores si se trataba de desollar a un bicho velludo para usarlo de abrigo o taparrabos.
La otra idea que esta película ha hecho girar en mi cabeza es acerca de la velocidad con que el tiempo avanza.
Estoy seguro que muchos adultos contemporáneos como yo -también llamados eufemísticamente viejos en vías de desarrollo- estarán de acuerdo conmigo en que el tiempo pasaba a una velocidad distinta cuando éramos niños.
Albert Einstein -cuyo apellido se pronuncia Ainstain por caprichos del alemán, no de él, que sí era alemán, sino del idioma-, en su Teoría de la Relatividad General, habla de la dilatación del tiempo, un fenómeno mediante el cual un sujeto puede observar como su reloj puede marcar el tiempo a una velocidad distinta a la de otro sujeto con un reloj físicamente idéntico. Esto puede deberse a tres circunstancias:
a) Que uno de los relojes se mueva respecto a un sistema de referencia inercial.
b) Que uno de los relojes esté sometido a un campo gravitacional mayor.
c) Que uno de los relojes tenga la batería muy baja o esté descompuesto.
Para aquellos que les resulte confusa la explicación del fenómeno de la dilatación del tiempo, aquí les dejo esta fórmula que seguramente despejará sus dudas.
Antes se daba por verdad absoluta que el tiempo era un fenómeno que afectaba de la misma manera a todas las cosas y seres del universo conocido. Pero en 1905, año en que publica sus postulados sobre la relatividad, Einstein le da a la comunidad científica unas cachetadas metafísicas al asegurar que el tiempo es una entidad elástica que baila al son de la velocidad a la que se mueven los cuerpos en relación con el espacio. Y esa hipótesis adquiere mucho sentido en nuestro país. Pensemos, por ejemplo, en la velocidad con que se movieron los cuerpos de policía después del momento de la fuga del Chapo Guzmán. Ahí queda demostrado que el tiempo de respuesta es relativo, porque si bien en materia de seguridad y justicia todos somos iguales, no cabe duda que hay unos más iguales que otros.
En realidad no es mi propósito profundizar en la teoría de Einstein. Y no porque no me gustaría, sino porque es uno de los temas que nutren la exuberante lista de cosas que desconozco y prefiero ignorar para no tener que entenderlas. Sepan ustedes que si me pagaran por lo que ignoro y no por lo que sé, tendría dinero suficiente para hacerme de un avión propio, un ostentoso yate y dos casas de descanso, una en Miami y otra en Los Pirineos para invitar a mis amigos según les guste el calor o el frío.
La relatividad a la que hago referencia es la que tiene que ver con la percepción que cada uno tenemos del transcurrir del tiempo y que va cambiando en función de la edad y las circunstancias del momento.
En mi infancia, las etapas de mi vida estaban divididas en grados escolares y parecían durar lo mismo que las eras geológicas. Mi vida podía dar un vuelco olímpico cuando pasaba de un año a otro. Mis referencias cronológicas se limitaban a los tiempos en que estaba, por ejemplo, en primero de primaria o cuando pasé a segundo, o a secundaria, y así. Hasta cursar el mismo grado dos veces eran experiencias totalmente distintas. Y lo afirmo porque repetí segundo de prepa, no por haberlo reprobado, cabe aclarar, sino por un afán de afianzar mis conocimientos.
Las vacaciones de verano que mediaban entre un grado y el siguiente eran etapas en sí mismas y duraban lo suficiente para haber escrito un capítulo gordo de mi aún incipiente biografía.
Para un mocoso de, pongamos, 8 años, 365 días son una barbaridad. A la primaria entramos casi bebés, todavía oliendo a pis, y salimos de ella adolescentes, oliendo, no a pis, sino a pies. Y todo eso en solo 6 años.
Y luego llega a edad de entrar a secundaria. En unos cuantos meses cambia la estatura, la voz, el tamaño de las extremidades y de otros apéndices que no vienen al caso citar, surge el acné, las hormonas se salen por las orejas; en pocas palabras el cuerpo se transforma en una especie de mutación kafkiana.
En los veintes y los treintas el reloj tampoco lleva mucha prisa. A esas edades sentimos que el futuro aún está a una aceptable distancia y nos damos el lujo de emprender y abandonar proyectos, emplearnos y desemplearnos, casarnos y descasarnos.
En cambio ahora, a mi edad, que no es precisamente la de un niño, sino la de varios de ellos sumadas, mi vida en general es bastante parecida a lo que era hace 2, 6 ó más años. Trabajo en lo mismo, vivo en la misma casa, en la misma ciudad y con la misma gente -Juan Gabriel dixit-. Como si el tiempo pasara de una forma tan vertiginosa y a la vez tan silente que ni cuenta me he dado, dejándome la sensación de que los días y los años no alcanzan para nada.
Este aparente cambio en la velocidad con la que el tiempo transcurre ha sido tema de conversación con muchos amigos que lo perciben igual. Estupefactos vemos como han crecido nuestros hijos en un abrir y cerrar de ojos. Parece que fue ayer cuando fueron concebidos en un subir y bajar de prendas.
Por otra parte, las circunstancias del momento hacen que cada quien conciba su percepción de la velocidad del tiempo. Díganme si no: no es lo mismo un minuto en la superficie que un minuto bajo el agua; no es igual pasar dos horas en el concierto de su artista favorito que pasarlas en el tráfico o en la fila de alguna dependencia de gobierno intentando hacer un trámite; es muy distinto pasar unas horas bebiendo tequila que padecer unas horas con resaca; y tampoco es lo mismo Los 3 Mosqueteros que Los 4 Fantásticos. Quienes vieron esta última película en su malísima versión 2015 me darán la razón.
Caray, hablando de la relatividad, cada vez me convenzo más de que mi tendencia a divagar cuando escribo no es precisamente relativa, es absoluta. Pensándolo bien, lo mejor es terminar aquí y subirme a mi DeLorean para hacer un viaje mágico y misterioso al pasado. Quiero conocer de cerca a una banda que hará historia, se llaman Los Beatles.
Ciertamente, el tiempo es relativo según la percepción de cada individuo, a mi por ejemplo, se que se me hará eterno entre esta aportación y la siguiente, jeje. Un placer leerte :)
ResponderEliminarGracias! Y para mi un placer ser leído por usted!
EliminarCompletamente verídico, una reflexión ya tan comprobada. Otro ejemplo: la hora de dormir,se siente mas efímera que el tiempo que pasas despierto, pero conforme pasa la edad es lo contrario.
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