Este domingo 14 de abril se llevarán a cabo las elecciones presidenciales en Venezuela y los electores no-chavistas deben estar muy preocupados.
Que cualquier mortal de la calle diga “me lo dijo un pajarito”, suena gracioso, coloquial y en general es algo que nos vale gorro. Pero que el candidato que muy probablemente, por no decir seguramente, ganará la contienda, diga que se le apareció Hugo Chávez en forma de “pajarito chiquitico”, le dio unas vueltecitas por la cabeza, se le quedó mirando y le dedicó unos emotivos trinos, suena, por lo menos, esquizoide y paranoide.
Ya en los días que siguieron a la muerte de Chávez, el señor Maduro había dicho, en otro de sus devaneos al más puro estilo de su fallecido tutor político, que el Comandante Supremo había intercedido ante Dios, a su llegada al cielo, para que el nuevo Papa fuera sudamericano. Es que Chávez no sólo se fue directito al paraíso celestial, sino que además extendió hacia allá sus poderes plenipotenciarios y llegandito recomendó a un latinoamericano para el primer puesto de la Iglesia Católica, naturalmente esa recomendación, viniendo del Comandante, tenía que traducirse en favorable acción. Diosito entiende de política.
Desde el inicio de la campaña presidencial, Maduro -que paradójicamente parece no serlo tanto- ha utilizado el nombre de Chávez miles de veces -más de 4500 según algunas fuentes- y se ha ido hasta la cocina profiriendo en sus discursos una serie de joyas de dimensiones bíblicas en donde Hugo Chávez es, por ejemplo, “un Cristo Redentor” -¡Hosanna!- y un “profeta adelantado a su tiempo” -¡Alabadle!-. Recordemos que también él mismo se ha denominado “hijo de Chávez” -¡achis!- y, en un arranque de no sé qué, propuso embalsamarlo y exhibirlo per saecula saeculorum. En otra ocasión anticipó que al triunfar en las elecciones, el 14 de abril sería el “día de la resurrección” -¡Aleluya!-. Pero una de sus mejores ocurrencias, en el colmo de la paranoia, fue cuando quizo despertar sospechas de que el cáncer que llevó a la muerte al presidente le había sido sembrado por oscuras fuerzas enemigas. O sea, ¿neta?
Ya son muchos los motivos para pensar que Nicolás Maduro, el candidato preponderante en la carrera presidencial de aquel país, acusa serios problemas de conducta, estabilidad emocional y -cual si habláramos de tacos- de sesos y lengua. El pasaje del pajarito y demás alucinaciones hacen plantearse la nada descabellada idea de que debería ser un requisito que todo candidato con pretensiones de dirigir un país se sometiera a un examen psicológico que determine su salud mental, o la falta de ella. Si en México tuviéramos esa sana costumbre, nos hubiéramos evitado muchos inconvenientes durante varios sexenios. Porque de que los hay, los hay en todos lados. Me lo dijo un pajarito.
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