Me la volviste a hacer, Jobs. Siendo como soy, una persona consciente de que la tecnología avanza mucho más rápido que la ignorancia, decidí comprarme hace apenas cinco meses un iPad, a pesar de que ya se rumoraba que tramabas rediseñarla, usándonos a los primeros incautos como conejillos de indias, dándonos en esta primera versión sólo una probadita de tu invento para dejarnos picados, para hacernos adictos a tu artilugio post-moderno, como es tu perversa costumbre, aprovechando nuestras quejas y sugerencias, tomando nota de ellas, para luego verterlas en la siguiente entrega de la serie. Aún sabiendo todo esto y conociendo tus canalladas, Steve Jobs, me arriesgué y me embarqué en la temeraria compra de un iPad a ¡18 meses! La verdad es que no podía esperar más, no resistiría ver a los demás sacando sus artefactos en el Starbucks y yo, como el chinito, milando y copelando. Sabía que la amenaza de un segundo modelo del bicho éste estaba latente, pero tenía la esperanza de que esto tardara por lo menos un añito más. Sin embargo, a pesar de mis súplicas al creador, hincándome y con brasas en las palmas de mis sufrientes manos mirando al cielo, en marzo anunciaste que ya había un iPad 2. Bonita fregadera. Y ahora ¿quién podrá defenderme? Mi tarjeta de crédito se reirá de mi a carcajadas hirientes por un año más y yo me revolcaré en el dilema de comprarme el nuevo iPad 2 o esperar a saldar mi deuda. Me la volviste a hacer, Jobs.
Esa es la historia de mi vida y eso me pasa por serte tan fiel. Hace 24 años compré mi primera computadora Apple, ¿te acuerdas Steve? Era una Macintosh Plus con un imponente megabyte de memoria en RAM y sin disco duro. Lo más duro que tenía era el precio. También me vendiste una impresora láser que se llamaba Laser Writer Plus -nombre que suena a algo así como la Nimbus 2000, la escoba voladora de Harry Potter-, que imprimía a 300 megapixelotes, también adquirí todas las aplicaciones disponibles para Mac en ese momento. Desde entonces te he comprado algunas computadoras, por trabajo y por placer.
Cuando lanzaste uno de tus más inteligentes y transformadores inventos, el iPod, yo fui uno de los primeros en correr por el mío sin saber todavía con certeza para qué me serviría. Eso se llama fidelidad, Jobs. Poco tiempo después pusiste a tu horda de científicos locos de Cupertino a trabajar en nuevas versiones del iPod y así nació el iPod Nano, Shuffle, Video y no sé cuántos más. Lo mismo pasó con el iPhone y toda su descendencia. No acabo de exprimirle el jugo a uno cuando ya lanzas el que sigue.
Y qué decir de toda la música que he bajado de tu tienda iTunes. Te acuso de haberme quitado el hábito de comprar discos compactos, como lo hacía antes del iPod. Y los dueños de las tiendas de discos te acusan de haberles echado a perder el negocio. Creo que hasta Mixup y Sanborns están de capa caída. Caray, pobrecito de Carlos Slim.
He contagiado de tu filosofía tecnorrevolucionaria a más de uno de mis amigos y he sido tolerante con los que no comulgan con tus ideas. Mas si osare un extraño enemigo invitarme al ring a defender al iPhone o el iPad frente a una Blackberry o una tablet Galaxy, entonces sí que aflora el canino que habita en mi y les atizo hasta con las latas de atún.
Te confieso que he sido muy feliz con tus gadgets, tanto que admito padecer un cierto grado de adicción, acotada afortunadamente por mi presupuesto que no es muy de presumir. He conocido en el camino a varios personajes -cuyos nombres omitiré, no por respeto a su identidad sino porque no me acuerdo- que me han referido sufrir de adicción a tus invenciones y los he visto sacar de sus portafolios o de alguna maleta una variedad sorprendente de aparatejos como los ya mencionados además de memorias USB, cargadores de viaje y solares, cámaras web de alta definición, cables, en fin. Un apreciado amigo médico -de cuyo nombre sí me acuerdo- me contó que fue a visitar al psiquiatra porque lo que más le hace sufrir de su adicción, no es no tener dinero con qué comprar más dispositivos, sino que, teniéndolos todos, no haya más gadgets qué comprar. A él le urge que inventes otro, Steve.
Ahora mismo, ¿qué aparatejo crees que estoy empleando para escribirte estas líneas? Adivinaste canallón, estoy frente al iPad que te compré y del cual debo todavía 13 mensualidades facilitas. Y no sólo eso, estoy usando también, no el teclado virtual integrado en el iPad -que por cierto, aquí entre nos, deberías mejorar- sino un teclado inalámbrico que compré, claro, en una de tus tiendas Apple. ¿No crees que alguien como yo merece cortar una flor de tu jardín o, para usar una metáfora más apropiada, darle una mordidita a tu icónica manzana? ¿No te parecería un detallazo de tu parte sorprenderme, por decir algo, este día del padre y enviarme de regalo un iPad 2? Te diría que puedo esperar al día de mi cumpleaños que es en octubre pero ya estoy que se me cuecen las habas.
Esperaré ansioso tu respuesta. Por ahora me despido porque tengo que ir corriendo a pagar mi tarjeta de crédito.
Me debes una, Steve.
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